El sol luce muy fuerte hoy. Lo tengo casi en la vertical,
desde donde me encuentro, una cuneta cualquiera de una carretera cualquiera.
Estoy tirado de espaldas e inmóvil. Desde donde yo estoy puedo ver una
zapatilla de ciclismo caída, sola, como abandonada, y parte de una rueda de
bicicleta, con los radios sobresaliendo por lo que queda del aro. No siento
frío, ni calor, no sé como estoy, no noto nada, ni tengo dolor. Es curioso,
pero es como si se hubiera detenido el tiempo. En mi campo de visión también está
un coche con la librea de la Guardia Civil y un poco más allá una ambulancia.
Nadie se mueve, nadie se acerca. En el coche de la Benemérita hay un hombre
sentado, parece que los agentes le ayudan a soplar un alcoholímetro.
Ahora veo movimiento. Uno de los ocupantes de la ambulancia se acerca, habla algo con el agente vestido de verde, y se me queda mirando. Lleva algo en la mano, no sé muy bien qué es, parece una manta, no, es una sábana. Se acerca aún más y se arrodilla, y me extiende la sábana por encima. ¡Ahora no puedo ver nada! Lo veo todo blanco, muy luminoso, se puede entrever la potente luz solar. ¿Por qué me ha tapado? Estoy bien, quizás algo entumecido, pero seguro que me puede pinchar algo y saldré de este estado, esta sensación de quietud tiene que ser pasajera. ¿Y si he muerto? Cuantas veces lamenté el fallecimiento de compañeros y siempre pensé que algún día me podría tocar a mí… pero nunca creí realmente que me fuera a pasar nada.
Siempre fui muy cuidadoso, siempre cumplí las normas de
tráfico (bueno algún semáforo en rojo es posible que me haya saltado, pero era
en cuesta) siempre tuve claro mi papel en la jungla urbana, yo era el débil, un
punto por encima del más débil de todos, el peatón. Siempre dejé que los coches
dominaran la batalla diaria, aun a sabiendas que tenía preferencia, pero
siempre supe que en un choque con un automóvil perdería yo… Pero mira, hoy
salió mi carta, llamaron mi número, había llegado mi hora.
Eso me hizo acordarme de mi familia, de mi gente. ¿Cómo se
lo dirían a mi mujer? ¿La llamaría una fría voz desde el hospital? Seguro que
alguno de los agentes ya habría encontrado la fotocopia del carné de identidad
con el teléfono apuntado que llevaba siempre, en la mini cartera donde metía
los desmontables y la cámara de repuesto. Es posible que hasta la llamaran de
allí mismo… Dios, o en el peor de los casos, mi mujer se levantaría de la cama,
prepararía un café y tostadas, sin sospechar nada, hasta que al ver la hora
empezara a preocuparse.
Empecé a sufrir amargamente debajo de aquella sábana y necesitaba
que aquello acabara ya. Que saliera la luz del túnel o que mis padres
fallecidos aparecieran para llevarme con ellos. Que se apareciera quien fuera
pero que aquello terminara, no podría soportar el saber que en aquellos
momentos alguien estaría comunicando tan malas noticias a mis seres queridos.
No lo podía soportar más, necesitaba quitarme la dichosa
sábana, necesitaba quitármela ya! Quería que me vieran moverme, no estaba
muerto, estaba allí, todavía no me había ido.
Entonces, intenté mover el brazo derecho, casi no podía
moverlo, pero luché, me dolía mucho, pero me acordé del coraje que me impedía
perder rueda cuando mis pulmones ya no daban más, me acordé de lo que uno
sufría cuando marchabas detrás de los más fuertes de la grupeta, me acordé de
tantas gestas de nuestro maltratado ciclismo que se han conseguido a base de fuerza
y ganas y entonces logré mover la sábana!!! Lo había conseguido, pero ahora
toda la luz se fue. Todo estaba oscuro. Muy negro. Pero algo había cambiado,
ahora notaba mi respiración. No podía ver nada pero estaba todavía tapado con
algo, sería la sábana otra vez. Pero esta vez la iba a mover más fuerte, si
había alguien allí me iba a ver bien. Tiré con fuerza de la sábana y entonces
oí la enfadada voz de mi mujer “¿Pero que te pasa? ¿tu no me vas a dejar dormir
esta noche? ¿Qué te ocurre? La luz se encendió y me encontré sentado en la
cama, mi mujer estaba a mi lado “tuve una pesadilla” le dije “Una pesadilla,
llevas como dos horas dando brincos en la cama, relájate o te vas al sofá! ¿me
has oído?”
Buuuuuf!!! Una sensación de alivio me invadió, todo era una
pesadilla! No se puede cenar fuerte antes de dormir, la noche antes de una
salida siempre intento cargar el depósito, pero me parece que hoy me pasé… y
encima tenía completamente dormido el brazo derecho, por eso me dolía y me
hormigueaba… jeje, el subconsciente y sus bromas pesadas!
Faltaban pocas horas para amanecer y prepararme para salir, así que me volví a acurrucar en la cama.
Y en ese momento previo a caer de nuevo en brazos de Morfeo me acordé de todos aquellos compañeros para los que este relato no fue una pesadilla. Para los que no habría café esa mañana. Para los famosos corredores que perdieron la vida entrenando y para los simples aficionados que llevan el ciclismo en la sangre y que ya no volverían. Para sus familias, auténticas sufridoras cada fin de semana hasta que los oyen de vuelta taconear con las calas de los pedales automáticos subiendo la escalera de casa…
Me acordé de tantos y tantos ciclistas fallecidos y sentí
vergüenza de que seamos el país europeo con mayor número de ciclistas muertos
en accidentes de tráfico…
Pero a pesar de todo, mañana temprano, volveré a tomar un
desayuno rápido, comprobaré la presión de las ruedas, y saldré taconeando con
mis zapatillas por el rellano de la escalera…
Saludos a todos y mucho cuidado en la carretera!
Dedicado a Abel González Melián, fallecido el 15 de mayo de
2010, atropellado por un conductor borracho mientras entrenaba. Descansa en
paz, amigo
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