martes, 22 de septiembre de 2009

Andy Hampsten y el Infierno del Gavia, Giro de Italia 1988

Aquel Giro de Italia de 1988 estará por siempre en la memoria de los aficionados por cómo un americano, Andy Hampsten, superó este mítico puerto italiano entre el frío y la nieve forjando su leyenda.


“No estaba seguro de cuánto tendría que sufrir, pero sentía que todos nosotros íbamos a sobrepasar nuestros límites para franquear el Gavia (...) que éste sería, probablemente el día más duro sobre la bici en nuestra vida (...).

Al llegar a este punto la carretera todavía estaba asfaltada, pero cuando salí de una curva a la izquierda vi convertirse la carretera en camino sin asfaltar y una señal de tráfico del 16 % de pendiente (...). Estaba muy blando y las cubiertas dejaban un surco por donde pasaban (...). Dejé de pedirle a Dios que me ayudara, ya me había ayudado bastante dándome el privilegio de competir. En vez de eso empecé a especular lo que estaría dispuesto a negociar si el diablo aparecía (...). A tres millas de la cima, fui a ponerme un gorro de lana, pero antes tuve que quitarme el agua del pelo.

Sin embargo, mi mano se congeló y una enorme bola de nieve cayó sobre mi espalda (...). Tenía solamente una marcha para la bajada, todas las demás se habían congelado, y pensé que no podía dejar de pedalear para mantener ese piñón sin hielo. El camino estaba sin asfaltar al comienzo. Era mejor para descender que el asfalto, pues no se había congelado. Los espectadores que había en el descenso no sabían si la carrera se había suspendido, así que deambulaban por medio de la carretera mientras yo bajaba. A medida que descendía, me iba enfriando más y más (...). Me habían hablado de hipotermia y sobre lo frío que podría llegar a estar antes de que uno no pudiera pedalear más.

Mis brazos estaban bloqueados desde el comienzo del descenso y yo, simplemente, intentaba seguir pedaleando para mantener mis piernas en movimiento. En un momento dado, miré hacia abajo, hacia mis piernas, y a través de una capa de hielo y de grasa pude ver que eran de color rojo brillante. Después de eso, no volví a mirar mis piernas....”.

Vía: El Faro de Aqualung

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